viernes, 11 de febrero de 2011

Optional Geographic

Imaginemos la situación. Un chico está haciendo los deberes y le pregunta a uno de sus padres, ‘¿dónde está Burkina Faso?’. El aludido dirá algo como ‘yo que sé, dónde lo hayas dejado, yo no toco tus videojuegos’. Pero es que Burkina Faso no es un juego, una revista, un monstruo… es un país. Claro, que no siempre se llamó así, antes se llamaba Alto Volta, que reconozco que como nombre de país era una birria, porque Volta es un río. Es como Uruguay. España es un nombre bastante chulo, no sé yo si sería igual de chulo que se llamase Alrededor del Duero o Alto Duero, porque Portugal sería Bajo Duero por el mismo procedimiento. Todo esto no quita que yo estudié un país que sí existe pero ya no es el mismo.
Este año, por razones que no vienen al caso, he tenido que repasar la Geografía política. Se me cae el alma a los pies. Porque con gran esfuerzo y dedicación, con una buena dosis de memoria que reconozco que nunca me faltó, me estudié todos los países del mundo con sus respectivas capitales. Cierto es que olvidé unos cuantos y ya no digamos las capitales, pero la información está ahí, es cuestión de refrescar. Vamos, que me he dado cuenta de que mi esfuerzo y dedicación no han servido de nada. Yo pensaba que me estudiaba los países para siempre. Pues no, craso error. Los países cambian y de qué manera.
Modelo europeo. Europa es un continente de los pequeños. Si consideramos el océano en Oceanía, es el más pequeño. Siempre me llamó la atención que siendo un continente pequeño tenía tantos o más países que otros continentes, por ejemplo América, que es enorme y tiene menos países. Pues se ve que esta reflexión sólo se me ha ocurrido a mí, porque si antes había muchos países ahora hay muchos más. Echo un vistazo al mapa y allí donde yo tenía un país me encuentro un mosaico de países, como si hubiese habido una epidemia que deshiciese los países en mil pedazos. Yo estudié Yugoslavia. Un país, una capital, pero ahora están Serbia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia y alguno más, con sus respectivas capitales. Y aún quieren despedazarse más. O hay dos países donde sólo había uno, como Checoslovaquia, que se ve que les parecía un nombre muy largo y lo partieron en dos. De pequeña estaba la URSS. Bueno, se tenía que saber que eso era unión de repúblicas soviéticas. Y era genial, porque eliminabas mogollón de mapa de una sola vez. Pero eso fue mientras fueron amigos. Debieron enfadarse por alguna cosa porque la unión se fue al traste y ahora hay que estudiar cada una de las repúblicas. Es como si los Estados Unidos, que todo hay que decirlo, vaya no nombre, se desuniesen y hubiera que estudiar cada uno de los 50 estados. Y qué nombres. Algunos son más llevaderos. No veo yo más extraño Ucrania que Francia. Pero cuando empezamos con los Kazajistán, Kirijistán, Uzbekistán, Tarantantán… yo me pierdo, eso si no se me ha trabado la lengua primero. Me sobrepasa.
Modelo aficano. No me gusta el nombre, lo cambio por otro. Hasta cierto punto se puede entender porque es un continente en el que los nombres han venido impuestos de fuera. Pero cámbialo cuando te independices y una sola vez, que parece que se han apuntado al busque, compare y si encuentra algo mejor se me cambia de nombre. Un poco de seriedad. Yo estudié Guinea y Guinea Ecuatorial. Ahora están Guinea Ecuatorial, Guinea Conakry y Guinea Bissau. Digamos que el premio al nombre más original no se llevan, parece que sólo lo han hecho para fastidiar. Ah, los europeos, nos esclavizaron, nos explotaron. Pues ahora sus hijos nunca van a saber qué países hay en África, cuando se los aprendan los volvemos a cambiar. Rhodesia del norte y del sur. Nada, nada, esos nombres son feísimos, mejor Zimbabwe y Botswana. Así es imposible. El modelo estrella es la República Democrática del Congo. Yo lo llegué a conocer como Congo belga, que lo de belga ya es cachondeíto cuando el país llevaba años siendo independiente. Después se llamó Zaire. Poco era para sus anhelos renovadores, así que volvieron a cambiar de nombre y pasó a ser la República Democrática del Congo. Un rasgo de originalidad sin precedentes porque ya había un país que se llamaba República del Congo, con la capital justo enfrente de la suya, y casualmente con el mismo nombre del río que los separa. De todas formas no creo que sea el último cambio. He oído que pretender llamarse República Popular del Congo.

No pienso estudiar Geografía nunca más, si quiero saber algo ya consultaré Google Maps, por si hay algún cambio de último momento.

lunes, 31 de enero de 2011

El aúlla de Händel

Sí, he puesto aúlla. Puede ser que nadie conozca la obra, con gran probabilidad, pero existe. Es posible, incluso, que ni el propio autor.
Pero repito, la obra existe.
Es una verdad irrefutable que todo coro aficionado sabe que si quiere arrancar un aplauso-ovación-elestadiopuedevenirseabajo sabe que tiene que acabar cualquier concierto con un gran fortíssimo in crescendo. Vamos, a todo dar. ¿Y qué mejor obra para esto que el mal llamado Alleluya de Händel? Siempre que lo he cantado ha sido en coros de aficionados, de mayor o menor tamaño, pero lo que no ha variado es la gran intensidad que ponen todos los componentes del coro.
La última vez que lo he cantado ha sido estas navidades. Tremendo. Como es tradición nos reunimos varios coros para cantar un concierto navideño. Si un sólo coro ya puede llegar a lo que viene a ser un avión a reacción, ocho coros juntos pueden mover edificios sólo con el sonido, que yo a veces creo que entro en un lugar de una ciudad y después de cantar puedo salir en otra. Pero es que además hay algunos coralistas que ponen tal empeño que podrían echarte al suelo con el chorro de voz que emiten. Hay que quitarse del medio de inmediato o poner algún objeto como parapeto. Yo creo que alguno pierde las cuerdas vocales en el intento, pero porque se le salen. ¿Y qué decir de los oídos? Como te toque al lado uno de esos que se lo toman a pecho, estás perdido, porque no recuperas la audición en dos o tres días, fijo. Desde mi punto de vista los que se llevan la palma en el mundo del aullido son los bajos y las sopranos. Lo de las sopranos es hasta cierto punto comprensible. Somos aficionados, llega un momento en el que o aúllan o no llegan, porque se les pide llegar bastante alto. Pero ¿los bajos? Viene a ser algo así como 'aquí estamos nosotros, ojo'. Claro, que hay momentos en los que piensas, 'qué razón tenéis, yo me largo a toda pastilla'. En fin, puede resultar divertido porque cantar pasa a ser algo secundario, una excusa, lo importante es que se te oiga por encima de todo y todos. Normalmente la cosa empieza bien, el órgano da la entrada y el coro entra con el típico aalleluya, aalleluya, lo que conoce todo el mundo. En cuanto se sale de esa zona, que es en la página dos, la cosa se desmadra. Entran los bajos en acción, la mitad del coro no se sabe ni la letra ni la música, pasan a modo playback, se llega a una zona conocida y se renuevan los ánimos, se va aumentando el volumen, llega el momento estelar de las sopranos... A todo esto, hay un director, aunque no lo parezca. Cree que está dirigiendo, pero a estas alturas el coro es ya un potro desbocado. Si intenta hacer alguna indicación es probable que sea un desastre. Lo más que puede hacer es aguantar el tipo. En realidad su trabajo ha sido con las obras anteriores, donde hasta se puede lucir, pero el aúlla es del coro. Para qué engañarnos. Tras el momento estelar de las sopranos ya sólo se puede ir a más. No se va a quedar el resto del coro a la zaga y ellas menos. Y en este crescendo se llega al final, con pausa dramática, no olvidemos que es una obra barroca, y ya estamos preparados para el broche fin de fiesta. El coro ya está exhausto, viene a la carrera por el mundo del forte al fortissimo, pero queda el sprint y no se puede desfallecer, así que se aprovecha la pausa para coger fuerzas y echar el resto. El último aullido no tiene ni siquiera calificativo. Tiemblan las paredes aunque sean de piedra. El público reacciona como se espera de él, el aplauso-ovación-elestadiosepuedevenirabajo no se hace esperar. Todo un éxito. Pero todo un éxito del Aúlla, que el Alleluya se canta.